Adrián Zurera de la Peña.- Comentando en este fin de semana los aciertos y “fallos” a la hora de montar los besamanos y su decoración como piñas o el ajuar de las imágenes; se desvió el caudal de la conversación a los dos grandes temas de estos últimos días: el famoso autobús de la plataforma Hazte Oír y la actuación de la Drag Queen Drag Sethlas vestida de Cristo y María.
Soy el más crítico con nuestra Semana Santa, cristianismo y la sociedad que gira en torno a estos, siempre para intentar mejorar y pulir sus aristas aunque nada consiga…
En dicha tertulia familiar había diversas posturas, algunas bastantes molestas y otras tantas no en exceso. Centrándome en el espectáculo Drag, me es indiferente su actuación, sinceramente. Dicen eso de «no ofende quien quiere, sino quien puede» y a ello me amparo.
La religiosidad, en concreto el cristianismo, no es intocable, para nada, pero si es digno de respeto. Ese espectáculo es calificado como algo innovador y que nadie se atrevió hacer. Más bien, diría que fue un acto banal de lo que millones de personas creen como único y verdadero, aún más, transgresor. Además, carece de ese espíritu crítico que añora esa mejora, como antes hablábamos.
La libertad de expresión es amplia, en serio, enorme. Pero su límite es controvertido donde cabe lugar a la discusión. ¿Dónde comienza mi libertad? No lo sé, pero cuando algo nos duele y quebranta nuestros derechos, ahí debemos de estar para denunciarlo, aunque un autobús nos diga lo contrario.
Cabeza, señores. Cabeza…