Juan Antonio Vidal Dorado.-Desde hace ahora un año, el Santísimo Cristo de la Expiración viene morando en el Convento de San Francisco por los problemas estructurales de la Ermita de San Telmo, y que han llevado a su Hermandad a acometer una obra de bastante envergadura en la misma. Este hecho puntual, que para muchos es desafortunado ya que desde hace meses el Cristo no está en su casa, se ha convertido en trascendental para una ciudad que a veces vive adormecida en cuanto a las cosas de Dios se refiere.
¿Quién dice que no haya sido cosa de Dios que el Cristo haya dejado su Ermita para despertar los corazones jerezanos? ¿Quién puede negar que el Cristo desde que está en San Francisco ha devuelto el pulso a esta ciudad? ¿Cómo medimos el bien que está haciendo esta nueva ubicación a todos los que ahora lo tenemos muy cerca y vamos a pedirle y a implorarle? Estas preguntas solo tienen una respuesta; las cosas pasan porque el Cristo quiere, y quizás, dentro de la desazón que vive el Cerro Fuerte cuando al llegar el Viernes Santo el Cristo pasa de lejos, haya una alegría en muchas personas mayores al cruzar el dintel de San Francisco cualquier día de la semana y poder verlo tan cerca.
Es impresionante acercarse al cenobio franciscano cualquier día, casi a cualquier hora, y ver como siempre hay gente a los pies del Cristo, muchos sedientos de Él, que ahora lo tienen a mano, que ahora lo sienten cercano y que saben que aunque vuelva a su Ermita, que volverá más pronto que tarde, nunca podrán olvidar que les devolvió la Fe, que los amansó en sus tormentos y ayudó en su salud, y que para siempre, aunque vuelva a la tranquilidad de su barrio, jamás podrán olvidar su paso por el convento. Los mayores se bajan del autobús en la misma puerta, le rezan, le piden por sus hijos y nietos, y de nuevo tras andar unos pasos vuelven a sus casas por cualquiera de las líneas que tienen allí su parada. Las señoras, que cada día van a buscar en la Plaza los mandados del día, no tienen más remedio que entrar en el convento por el imán que tiene el Cristo, y muchos a los que San Telmo le queda muy lejos, tienen la alegría de que ahora Jerez tiene al Cristo, porque temporalmente está viviendo en su mismo corazón.
Estamos viviendo un eterno Viernes Santo en el que el Cristo no abandona el centro, como cuando llega a Ramón de Cala y parece que el viento en contra empuja su Vela, y hace su discurrir lento y parsimonioso como si las horquillas, esos remos de su barco, no pudieran cruzar el mar humano que lo espera. Porque sabemos que San Telmo es tu barco, y Tú el mascarón de proa, pero la inmensa alegría de tener al Cristo tan a mano, de tenerlo tan cercano, no será olvidado en Jerez tan fácilmente, y espero que sea perpetuado para siempre con un azulejo del Cristo que recuerde que allí moró unos meses, pero sobre todo que muchos ya llevaremos al Cristo para siempre. Te devolverán a tu Ermita, te volverás con tu gente, habrá fiesta en el Campillo cuando llegues y habrá una alegría contenida en la ciudad, porque vuelves a tu casa, pero a más de uno volverás a dejarlo un poco huérfano. Y cuando esto pase, solo podremos darte las gracias por cada día que has querido estar en San Francisco, y estaremos en deuda contigo para siempre, así que el pueblo te debe visita cada viernes, para devolverte de alguna manera lo que le has dado, te debe no dejarte solo en la Ermita, te debe ríos humanos en tu besapies y palmas cuando salgas el Viernes Santo.
Las cosas pasan porque el Cristo quiere, y ha querido ir a San Francisco para devolverle el pulso a la ciudad, entonces Él abandonará el centro, pero nuestros corazones jamás podrán olvidarse de Él.
DEDICADO A LA MEMORIA DE MANUEL LOZANO SALADO.