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Fue aquel día cuando bajaste a la tierra, invitado a ser uno de los varones «orteganianos» de la Iglesia de la Victoria, cuando en mis manos dejaste grabado para siempre la frialdad de tu cuerpo y ya no pude dejar de estar aferrado a ti. Sin ir a verte cara a cara, sin ser tu nazareno, fuiste el sujeto de mis oraciones, de mis Padre Nuestro, la vida rasgaba el reloj año a año y no pude resistirme a ti y poco a poco empecé a buscarte.El frío mármol de tu morada, presagiaba la atmósfera de nuestras anuales citas. Nos veíamos con asiduidad, en absoluto anonimato, cuando mis pecados arañaban la cal de la calle que lleva hacia Ti. Yo te contaba mis cosas y Tú me hablabas en el silencio de las tardes que iban anunciando el ocaso del invierno. Me iba limpio, nuevo, con el alma calma.
Hoy es a ti quien voy a pedir la salud que a otros le falta, la quietud del alma, la fuerza que otros me arrebatan, siempre lo das todo y yo a Ti apenas nada. A Ti voy con el alma moribunda y Tú, aún muerto, me das soplos de vida.
Ahora espero con ansias revestirme y confundir mi cuerpo con la negrura de la noche. El encuentro más íntimo entre Tú y yo se hace a vista de todos. Todos lo saben, pero nadie lo ve. «Hágase en mi según tu palabra» y fui a Ti. Y en Ti estoy y de Ti soy. Tú quisiste que encontrara junto a ti el abrazo que me faltaba… y que a él le faltaba. Nuevo rito que templa mi cuerpo joven, como a un torero en su alternativa. Y así será madrugá tras madrugá.
Cuando la noche pega pellizcos en el alma, cuando acrecienta el rumor de la muerte en tu cuerpo, cuando los alargados pecados se hacen sombra en las aceras anunciando que el que viene es quien todo lo puede, cuando la mañana corta la noche con el frio filo del cuchillo del alba, es cuando me haces sentir limpio de todo mal. Caminar junto a Ti hace de nuestro celestial encuentro una espera más llevadera.
Estás en el maltrecho joyero de Currito, pero yo te busco donde las cálidas tardes. Me impones donde sea, como sea, hecho Dios entre el barroco de tu sagrario o hecho hombre en la gótica piedra.
El tránsito de tu cuerpo inerte, alimenta este pueblo que tanto te necesita. Un pueblo al que el pan se le escapa entre las manos, sin saber donde poner el azadón, las viñas se secaron y las chimeneas ya no escriben la prosperidad de tu pueblo. Tú sacias la sed de los hombres.
Mis pies son el segundero de tu caminar. La noche en su cenit adormece mi cuerpo que se vuelve testigo de tu palabra. La mañana hiere la noche con espada de arcángel llama a las puertas. Empieza el fin. No sé porqué extraña razón, verte entre el gótico de San Miguel me hace escuchar en mi ecos de cartujo gregoriano que ahogan mis oraciones, voy tras de ti, Señor y Ella en mi costado.
Los tuyos doblados por la noche, llevan en sus pies las huellas de la historia, de una ciudad que te mira buscando el consuelo que tanto necesita. Todo acaba menos Tú.