“Las dinastías existen mientras valgan y lo demuestren, no por como se llamen”. Son estas las palabras que en alguna que otra ocasión he escuchado al capataz sevillano Manuel Villanueva, haciendo reflexión sobre la valía del oficio en las personas por si mismas y no por quienes los han antecedido.
Hace unos días recibí en mi teléfono móvil una foto de un mensaje en la cual podía apreciarse el siguiente texto: “ (…) soy CANDIDATO a ser capataz del paso (…) me piden que confirme los costaleros que vaya a llevar”.
Tras leer el texto del mensaje citado anteriormente, no pude evitar mi juicio interno sobre la situación, tanto por la candidatura, como por la aceptación de la misma si el número de costaleros es validado por la corporación.
¿Hablamos de candidatura o autocandidatura? De esta duda solo es conocedor de la verdad el sujeto en primera persona, aunque desde mi perspectiva, es algo indiferente, pues si pienso que no es correcto ofrecerse al cargo de capataz, debido a los derechos que puedes perder para velar por tu trabajo y el bien de la cuadrilla, también pienso que si lo determinante para que te acepten es el numero de personas que aportas, poco es lo que se demuestra por ambas partes.
En la vida, y aun más en las responsabilidades, no vale ni ofrecerse ni condicionar en lo que no es importante, lo que tiene valía es lo que el responsable es capaz de demostrar y lo que puede ofrecer a la hermandad. Sinceramente, cuando he visto a un paso bien trabajado, de esos que dominan los kilos, dando ejemplo de compostura y transmitiendo con la imagen que llevan, lo último que me he planteado es cuantas personas forman la cuadrilla.
De la misma manera, cuando vi un paso sin fuerza y como se dice en el argot «del tbo o dando el mitin”, nunca pensé en si la cuadrilla estaba formada por las personas justas, ya que el conocimiento que tengo del trabajo costalero me hace pensar en primer lugar si el peso se ha distribuido correctamente en la “igualá”, si el capataz ha cuidado a su gente en las calles, si se han dosificado y medido las chicotas y un largo etcétera de decisiones tomadas por el capataz que provocan que el resultado final se acerque, supere o se desvíe de manera negativa del mínimo trabajo bien hecho, un trabajo digno.
Si te ofreces, no has demostrado entonces nada previamente, y si te lo ofrecen , pero solo interesa el número de costaleros que aportes, parece que no importa demasiado el trabajo que puedas hacer, lo que vayas a ofrecer y lo que puedas demostrar.
El hombre que lleva a un capataz dentro de sí mismo de lo único que se preocupa es de un trabajo bien hecho, alejado de lesiones y con garantía para la gente de abajo y para la hermandad que ha solicitado su servicio, pues es la única manera de que la cofradía luzca con el mayor esplendor para la mayor gloria de Cristo y María Santísima.
El trabajo del capataz con los costaleros y las hermandades es algo muy serio, y no podemos simplificarlo a un número de personas o a ser candidato, ya que si hay algo mejor que ser candidato, es demostrar el por qué uno es elegido.