Las primeras veces que uno hace algo importante no se suelen olvidar tan rápido, ese fue mi caso con el Camino que emprendí en Bajo Guía el pasado miércoles para llegar hasta una pequeña aldea que la tradición llama de las Rocinas. Dejó tal mella en mí que he vuelto siendo el mismo por fuera, pero no por dentro.
Esta noche soñé que regresaba de nuevo a aquellos lugares verdes de Doñana, que volvía a tener colgada mi medalla del cordón morao y escuchaba sevillanas mientras veía la carreta perderse entre los pinos del coto. Que volvía a rezar en el cerro de los ánsares, que volvía a escuchar sevillanas junto a la carreta bajo una noche estrellada, a vislumbrar su ermita al cruzar el puente de la canaliega o a quitarme el sombrero ante ti tras tres días de camino junto a mi padre y mi familia rociera. A llorar pegado a una reja pidiendo por todos los que te necesitamos en nuestras vidas.
Pero desperté y me vi de vuelta a mi realidad, lejos de ti, pero a la vez tan cerca porque se que ella nunca me va a soltar, ya que una madre nunca abandona a sus hijos. Entendí cual era su fuerza, su sentido y su verdad. Ahora sólo me queda tachar los días y meses del calendario, para que otra vez pueda volver a soñar a regresar junto a Ella.