En los últimos años, el mundo de las hermandades ha sido un pilar fundamental de nuestras tradiciones y de la vida cristiana, un espacio de encuentro con Dios y de fraternidad, donde miles de personas se entregan generosamente, movidas por el amor a Cristo y a su Santísima Madre. Las hermandades son mucho más que una manifestación externa de fe, son una escuela de vida cristiana, donde la caridad, el perdón y la humildad deben ser los pilares fundamentales. Sin embargo, en estos tiempos críticos, vemos cómo esos valores se van perdiendo, atrapados en una dinámica de confrontación que nada tiene que ver con el Evangelio.
Lo que debería ser un espacio de unidad y paz, se ha ido transformando en un campo de conflicto constante, alimentado por la falta de caridad y por el mal uso de las redes sociales. Hoy en día, cualquier pequeño desacuerdo, cualquier decisión o cambio, por mínimo que sea, se convierte en motivo de enfrentamiento. Lo que antes se resolvía en un clima de fraternidad, con diálogo y comprensión, ahora estalla en una guerra de opiniones, donde el juicio y la crítica fácil parecen ser los protagonistas. Y eso, en un entorno que se basa en los valores de la fe, es profundamente preocupante.
A pesar de este clima de hostilidad, no debemos olvidar que las hermandades siguen siendo una fuente inagotable de bien para la sociedad. Su labor caritativa es inmensa, ayudando a los más necesitados, llevando esperanza a quienes sufren, y siendo un testimonio de fe viva en medio de un mundo cada vez más indiferente a Dios. Sin embargo, esa obra muchas veces queda empañada por las divisiones internas y las críticas destructivas, que no construyen sino que destruyen la hermandad, el vínculo de amor que debería ser el eje central de la vida cofrade.
En este ambiente hostil, muchas personas que han dedicado su vida a servir a las hermandades son víctimas de una crítica feroz y, en ocasiones, injusta. Hombres y mujeres que, movidos por su fe y su amor a la Virgen y a Cristo, han sacrificado su tiempo, su esfuerzo y, en muchos casos, su bienestar, son ahora denostados sin compasión. El caso de Jesús Cano, vestidor de la Virgen de la Paz, es un claro ejemplo de esta triste realidad. Después de tantos años de servicio y dedicación, ha tenido que dimitir debido a la presión mediática y a las críticas despiadadas que no solo le afectaban a él, sino también a su familia. Desde aquí, quiero expresar mi solidaridad con él y con todos aquellos que, como él, han sido injustamente tratados. Es alarmante ver cómo, en lugar de valorar su entrega y amor por la Virgen, se les ha sometido a un juicio cruel, olvidando los principios cristianos de respeto, compasión y misericordia.
Debemos hacer una profunda reflexión desde la fe. Las hermandades no pueden ni deben ser espacios de confrontación, sino de reconciliación y perdón. El Evangelio nos enseña que “un reino dividido contra sí mismo, no puede subsistir” (Marcos 3:24). Y nuestras hermandades, como pequeñas comunidades de fe, deben estar unidas en Cristo. Si perdemos el norte, si dejamos que el odio y la envidia se impongan sobre la caridad y la fraternidad, estaremos alejándonos del verdadero sentido de ser cristianos. No podemos olvidar que somos hermanos en Cristo y que nuestra misión no es criticarnos o enfrentarnos, sino caminar juntos, con humildad y generosidad, hacia Él.
El futuro de nuestras hermandades está en nuestras manos. Si realmente queremos ser instrumentos de paz y de amor, debemos esforzarnos por vivir los valores del Evangelio en nuestras relaciones cotidianas, mostrando el perdón y la caridad que Cristo nos enseñó. Solo así podremos construir un mundo cofrade verdaderamente fiel a su misión espiritual.