Eran las ocho y cuarto de la tarde de un domingo inolvidable. Doscientos veinticinco años después, el Cristo de la Defensión se hallaba de nuevo, en la reja de la Iglesia de la Cartuja. Nuestro hermano número uno, Paco Fernández García-Figueras, se dirige emocionado a los miembros de Junta de Gobierno, para designarnos, en cariñosa expresión de gratitud, “notarios de la historia”.
Sí. Estábamos siendo notarios privilegiados de un acontecimiento histórico. Pero al mismo tiempo somos humildes depositarios de un legado valiosísimo, por todo cuanto en términos históricos, artísticos y sobre todo, devocionales, representa el Santísimo Cristo.
He aquí el sentido de esta tribuna libre: agradecer a quienes han permitido que un empresa de tal envergadura pudiera llevarse a cabo, y rendir tributo a todas las personas e instituciones que han hecho posible que, doscientos veinticinco años después, Jerez pueda seguir rezando, meditando o, sencillamente, deleitándose mediante la contemplación del Santísimo Cristo de la Defensión.
Agradecimiento al Señor Obispo, D. José Mazuelos, cuya implicación ha sido fundamental para que la Cartuja acogiera el acto central de una efeméride tan señalada, y a las Hermanas de Belén, santas y efímeras hospederas de nuestra bendita imagen. La hermandad tuvo a bien – minutos antes de que el Cristo abandonara la Iglesia, en solemne traslado presidido por nuestro obispo – que fueran ellas las últimas personas en besar los pies del Crucificado.
Agradecimiento a quienes nos han acompañado en este magno acontecimiento, representantes de las corporaciones que formaron parte de aquella procesión que llevó hasta Jerez al Santísimo Cristo: Coronel del Regimiento de AAA74, D. Jaime Vidal Mena Redondo y su esposa, miembros de la asociación de veteranos artilleros del RAAA74, y hermanos mayores de Vera-Cruz, Angustias y Rosario de Montañeses.
Muchas gracias también a Elena Aguilar, Directora de nuestro querido Colegio de la Compañía de María, tantas veces anfitrión de nuestras devociones, y a nuestro Director Espirtual, Padre Raúl Sánchez Flores, que presidiera el Via Crucis en la tarde del domingo.
A todos los cofrades y devotos que nos arroparon durante el solemne Via Crucis, por su recogimiento y saber estar, y a los medios de comunicación, por el exquisito trato informativo que han dispensado a este acontecimiento.
Nuestro reconocimiento y gratitud a los cartujos, primeros anfitriones aquel febrero de 1795 del Cristo de la Defensión, a la orden capuchina, en especial a Fray Antonio Ruiz de Castroviejo – que hace ya bastantes años recogiera el testigo de otros hermanos capuchinos en las labores de guardia y custodia de la bendita imagen -, y a los miembros de las Juntas de Gobierno de la hermandad que hubieron de afrontar decisiones importantes relativas al estado de conservación de la imagen. El acierto de las mismas ha permitido que hoy podamos disfrutar de esta impresionante talla en todo su esplendor.
A los pies del Cristo, en su azulejo de Capuchinos, el mar en tempestad nos recuerda a aquellos marineros que perecieron escoltando al navío que transportaba al Santísimo Cristo y a los que, milagrosamente, lograron llegar a los Hornos de la Cartuja, el 14 de febrero de 1795.
En el mismo lugar que ocupa este azulejo, se ubicaba aquel ventanal del antiguo convento, protagonista de una icónica fotografía de mediados del siglo pasado en la que un hombre, aferrado a los barrotes, contempla al crucificado capuchino. Vaya también nuestro recuerdo a tantas personas, muchas de ellas anónimas, que a lo largo de estos doscientos veinticinco años, depositaron sus plegarias, sus intenciones y sus esperanzas a los pies del Santísimo Cristo.
Pero volvamos a la Cartuja, al otro lado de la Puerta del Arcángel, donde un camino empedrado flanqueado por dos setos bajos, conduce a un hermoso lugar conocido como “Mambré”, donde las Hermanas de Belén reciben a las personas que van a visitarlas.
En aquella estancia diáfana y austera, presidida por unos Santos Evangelios contenidos en una hornacina de ladrillo visto, fue emocionante ver a los hermanos venerables – auténticos fedatarios de nuestra historia – custodiando en silencio a la devoción de sus vidas. En la memoria de los presentes, quienes ya gozan de la presencia del Padre, muchos de los cuales nos precedieron en las responsabilidades que hoy desempeñamos.
Faltaban pocos minutos para que la Puerta del Arcángel se abriera y entre un velo de incienso, se alzara imponente, como en un sueño y a hombros de sus hermanos, la serenísima figura del crucificado de Esteve Bonet. Momentos antes, los bebés de nuestra Junta, Mariola y Juan Diego, reían y jugaban frente a la portada renacentista del Monasterio. Y era bonito pensar que dentro de veinticinco años, ellos y otros niños que allí se encontraban, tomarían el testigo, como notarios de la historia del Santísimo Cristo de la Defensión.