Navidad 2019
Tengo un amigo que no cumple años: él solo cumple primaveras. Y no porque cumpla años a mediados de Abril, sino porque para él nunca hace frío ni llueve, siempre sonríe, prepara una fiesta donde no la hay y es de esos de los que te saluda dándote un beso y un abrazo que te recarga las pilas. Llevaba tiempo pidiendo por su cumpleaños un regalo. Uno de esos regalos imposibles que todos hemos pedido alguna vez. De los que sabes que nunca nadie te va a regalar. Aquel regalo tan deseado, no era un viaje caro, ni un coche de alta gama, ni un reloj de oro y piedras preciosas. Pero nunca llegaba simplemente porque algunos se lo tomaban a broma, otros no sabían siquiera donde buscarlo y algunos incluso, no se atrevían a aparecer con él en su fiesta de cumpleaños. Hasta que alguien se atrevió. Y apareció aquel día de Abril con un regalo sin empaquetar, porque no supo como demonios envolver aquella enorme tinaja de barro que coronaba un esbelto carrizo. Como niño que ve cumplido un sueño la mañana de Reyes, un escalofrío recorrió el cuerpo de aquel amigo, y durante unos instantes no supo si reír o llorar. Lo cierto es que desde entonces, cuando llega el final de Noviembre, aquel amigo mete esa querida zambomba en el maletero de su coche con un “por si acaso” que siempre dice esbozando una sonrisa. Así que si en estos días alguien abre el maletero cerca suya, miren si dentro lleva una zambomba. Y si así es no le pierdan la pista, si quieren vivir una navidad verdaderamente inolvidable.
Había una vez un hombre que vivía para sí mismo. De esos que viven permanentemente mirándose a un espejo. De los que creen que lo importante es el “Yo” y no el “nosotros”. Uno de esos que prefiere mirar hacia adelante y nunca hacia los lados. Uno de esos que hemos sido cualquiera de nosotros alguna vez en la vida. No le importaron su familia ni sus amigos. Su gente cercana se convirtió lejana. Quiso emprender una vida en la que no depender de nadie ni necesitar a nadie. Peleado con todos. Añorado por muchos. Aquel final de año no sabía que le pasaba. Como si un ente extraño se hubiera apoderado de él, empezó a recordar y a anhelar cosas que ya tenía olvidadas. Iba por la calle solitario y se emocionaba sin quererlo, al ver a los grupos de amigos y familias paseando por aquella lejana ciudad y algo raro sentía dentro cada vez que oía la palabra NAVIDAD. Y cogió una maleta. E hizo un viaje atrás de kilómetros y de años que nunca pensó que volvería a hacer. Su orgullo, le impidió siquiera llamar a su familia para avisarle que llegaría a cenar a casa en Nochebuena después de tantos años. Llamó a la puerta y al abrirla su madre se fundió con él en un abrazo sin dejarle capacidad de reaccionar. Y después de algunas lágrimas de ambos, aún atinó a decirle: “Por fin vas a usar ese plato que llevo años preparando con la esperanza de que volvieras”. Y él volvió después de mucho tiempo, a mirar hacia los lados para entender que había tirado muchos años por la borda de tanto cuidarse a sí mismo
Érase una familia que tenía el abuelo que todos soñaban. De los que se convierten en el tronco fuerte que une todas las ramas que cruzan apellidos distintos, sin que ningún temporal se atreva a troncharlo. Aquella familia tenía su culmen de felicidad el día de Navidad, cuando reservaban mesa y cubierto en algún restaurante y todos, sin excepción, se reunían para celebrar la llegada de Dios a la tierra, y de camino celebrar que aquella familia seguía unida entorno a aquel ejemplo hecho persona, que les enseñó muchas cosas en la vida, entre ellas que el día veinticinco de Diciembre no era un día más del año. Pero pasaron los años. Y aquel abuelo envejeció, y ese tronco que unía a aquella familia quedó reseco y sin vida, llenando de tristeza a aquel árbol que por unos días parecía hasta resquebrajarse. Pero pasó algo que ninguno pensaba. Y es que aquel abuelo, en su testamento, lejos de hablar de tierras y riquezas, dejó como herencia un dinero con la única condición de que sirviera cada año para que su familia se siguiera reuniendo el día de Navidad. Y así lo hicieron. Y cada último día veinticinco del año todos buscan un sitio donde ir a comer, y donde ríen, y donde se abrazan,….y donde recuerdan. Y cada año preparan un cubierto que saben que no va a usarse, al menos en la tierra. Porque todos saben que aquel buen hombre que les enseñó a amar a la Navidad, sigue disfrutando con ellos desde lo más alto, y sigue siendo el orgulloso tronco de aquel árbol que difícilmente nadie va a ser capaz de cortar.
Había una vez un tren de esos que parece que no circulan. Surcaba las vías en esos días en los que todo el mundo parece que tiene una pandereta en una mano y una copa de anís en la otra. Pero no. Esos trenes circulan. Y van llenos de gente. Y van llenos de mochilas y maletas que van cargadas de ropas y a la vez de miles de historias. En aquel tren reinaba el silencio. Hasta el revisor parecía pedir los billetes con más seriedad que nunca. Un pasajero leía con escasas ganas una revista que parecía interesarle poco. Había otro que usaba unos auriculares enormes que emitían un ligero sonido de una guitarra eléctrica que dejaba claro que no escuchaba ningún villancico. Otro miraba atentamente una pantalla colgada del techo que le marcaba cuanto le quedaba para llegar a casa. Y de pronto, en aquel silencio solo roto por el “chacachá” de los raíles, sonó una voz dulce y agradable que dijo suavemente: “Próxima parada….JEREZ DE LA FRONTERA”… y en uno de los vagones alguien rompió aquella calma tocando eufóricamente las palmas mientras con voz desentonada medio cantaba “Los caminoooooooos se hicieeeeeeeeron…..” El revisor lo miraba sonriente mientras bajaba la maleta y cuando pasó junto a él camino de la puerta le dijo: “Dicen unos amigos míos que un día fuera de Jerez es un día perdido en la vida de un hombre” El revisor le dio una palmada en la espalda y sonrió. Y sonriendo volvió a caminar aquel pasillo sin fin en busca de polizones.
Érase una vez una tierra en la que nadie mandaba. Decían que llevaba meses y meses sin que nadie la gobernara. Esos que se encargan de tomar decisiones, se dedican de un tiempo a esta parte a echarse en cara unos a otros sus trapos sucios. A decirse lo buenos y perfectos que son unos y lo torpes y malvados que son el resto. Menos mal, que a esa tierra sin gobierno, llega un niño pequeño una vez al año para recordarnos muchas cosas. Para decirnos que a Él nadie lo eligió en ningunas elecciones, y sin embargo siempre está ahí cuando lo necesitamos. A demostrarnos que quizás escuchando lo mejor de cada uno, podemos construir un mundo mejor entre todos. A darnos el ejemplo de que él fue capaz desde el principio de perdonar a los que le hicieron daño y no le hicieron falta pactos ni papeles firmados. Por eso yo lo tengo claro. Por eso sé quien es el que gobierna mi vida sin siglas ni banderas. Por eso el mundo entero, creyentes y no creyentes, celebran estos días la llegada del hombre que fue capaz de cambiar el mundo desde su propio ejemplo. De aquel que desde la humildad de un pesebre, supo darle sentido a todo sin necesidad de discursos vacíos. Yo no sé tú. Pero yo tengo claro quien siempre, cada año, tendrá mi voto para gobernar mi vida. FELIZ NAVIDAD A TODOS!!!