(Navidad 2017)
Tengo un amigo de los que no arma ruido. De los que anda de puntillas. De los que transmite paz y seguridad. Solemos pasar un rato juntos cuando llega la Navidad y le gusta abrir las puertas de su casa a cambio de unas risas y de unas copas de brandy. Pero de un tiempo a esta parte su navidad ha sido distinta. Es duro cuando en estos días alguien te falta para siempre, pero poco a poco el tiempo te hace acostumbrarte a las ausencias,…cuando son definitivas. Pero cuando las ausencias son solo temporales, te crean el desasosiego de no saber hasta cuándo estará ese hueco en la mesa la noche de Nochebuena. Te creas la ilusión de que solo sea ese año, pero luego resulta que el año que viene vuelve a estar ese hueco, y al siguiente también, y al siguiente… Una distancia de unos pocos kilómetros que un muro infranqueable convierte en unas leguas inalcanzables. Él nunca perdió la esperanza. Y a pesar de los pesares, imagino que con la procesión por dentro, nunca perdió su amable sonrisa. Mi amigo me ha enseñado que todos los días, y la noche de nochebuena también, debemos dar gracias a Dios por un bien que tenemos cada mañana al levantarnos pero que nunca valoramos suficientemente… hasta que nos falta: ser libres. Este año parece que esa silla vacía, después de varios años, volverá a tener el mismo ocupante que siempre tuvo. Y estoy seguro entonces, de que mi amigo, el que anda de puntillas, el que casi nunca arma ruido,…volverá a sonreír. Y yo con él.
Erase una vez una familia que tuvo que coger un día la maleta y buscarse su plato de comida lejos de su tierra. Tuvieron la suerte de encontrar un buen trabajo en una tierra igual de maravillosa que la suya. Llena de buena gente, próspera, abierta, acogedora, cosmopolita,… Una tierra extraordinaria donde las hubiera. Tan buena tierra era, que aprendieron a quererla, y aunque nunca renegaron de sus orígenes, la tomaron como si la misma suya fuera, a pesar de que en ciertas fechas, y como no en Navidad, un halo de nostalgia y de recuerdos rondara sus corazones. Allí vivieron, allí nacieron sus hijos, y sus hijos allí se enamoraron, y nacieron también sus nietos,…y poco a poco aquella tierra fue tan suya como la que realmente les vio nacer. Aquella a la que ya casi ni volvían, salvo para despedir a un ser querido o asuntos de vital importancia. Pero aquella, su nueva tierra, de pronto se volvió de otro color. Áspera, incómoda, llena de tensión. Donde algunas ideas parecían valer y otras eran despreciadas sin medida. Donde una bandera abrigaba una nueva estrella, que nada tenía que ver con aquella que guio hace siglos a unos magos desde Oriente. Y aquella familia desde siempre unida, se vio rota en varios pedazos según lo que cada uno pensaba y donde no había tregua posible para hablar o pensar en otra cosa que no fuera la política. Y acercándose la Navidad aquel padre y aquella madre, se preguntaban si al menos esos días sería posible que todos volvieran a estar juntos aunque solo fuera un rato. Si serían capaces de dejar a un lado durante unos días las ideas que habían hecho que después de tantos años, por primera vez, echaran de menos aquella tierra verde y blanca que les vio partir un día, quizás por sentirse en su nueva y querida patria, unos auténticos extranjeros.
Tengo un amigo que vive en el centro. En una calle muy conocida del centro concretamente. Hay quien presume por ahí de ser el dueño de esa calle. Yo no le creo. Yo estoy convencido de que el dueño es mi amigo y su familia. Porque cada día, en cualquier época del año, nos cuentan cosas que pasan en ella, y que gracias a Dios, no son solo pasos en semana santa. Llegaba un día mi amigo a su casa después de un largo día de trabajo. Era tarde y ya se acercaban las fiestas. En esos días transitar por su calle se complicaba un poco más de lo habitual. Tuvo la mala suerte de que al llegar a casa tenía un coche aparcado en la puerta de su garaje. Esperó pacientemente a que viniera el dueño pero no aparecía por lo que tuvo que llamar a la policía que no encontró tampoco manera de localizar al infractor. Así que allí se veía, en la puerta de su casa, sin poder aparcar y cansado de estar todo el día trabajando, esperando verle la cara al lumbreras que le estaba amargando la noche. Cuando ya esperaban a la grúa, apareció el responsable de esa pesadilla, recorriendo la calle de acera a acera, desaliñado como el Selu en la chirigota de “Los Borrachos” y balbuceando un villancico que casi ni se le entendía. Las ganas de partirle la cara se tornaron de pronto en asombro…cuando vio sorprendido que se trataba de un amigo suyo. Y no solo eso, sino que la policía comprobó que el buen hombre no se encontraba en condiciones de conducir, por lo que encima de todo, comiéndose las ganas de darle un par de tortas, tuvo que llevarle incluso el coche a su casa. Por el camino lo miraba con cara de mala leche y resoplaba. Menos mal que mi amigo, el dueño de aquella calle invadida aquella noche, siempre tiene una sonrisa incluso para el peor de los momentos. Le dejó es su casa, le dio las llaves y cuando ya se iba, oyó de lejos un difícilmente entendible “Cucha pare…por si no te veo antes…Feliz Navidad”. Y mi amigo esbozó una sonrisa volviendo de nuevo a su calle, donde por suerte o por desgracia, pasan cosas nuevas cada día del año. Incluso en Navidad.
Conozco a una niña que parece que realmente se ha escapado de un portal de Belén. Pelo rubio, ojos claro, cara de muñeca,… Como si el angelito que anuncia a los pastores la llegada del Mesías hubiera tomado vida propia y apareciera a tu lado. Aquella niña está criada en una familia de costumbres. Llegando el día de la Inmaculada, solían ponerse manos a la obra para adornar la casa, y sobre todo para montar el nacimiento, que era lo que a aquella niña de ojos claros más le gustaba. Ella tenía su propio Belén que montaba a su gusto y con el que se pasaba ratos jugando. Le gustaba mover a las figuras, ponerlas en un sitio o en otro, hacía como que hablaban. Jugar a los belenes. Literalmente. Y era una de sus distracciones favoritas de esos días que tanto le gustaban. Cogió la caja donde guardaba su Belén y se puso a prepararlo todo. Pero sucedió que en aquella caja, además de las figuras, había guardada una estampa de una Virgen. Tenía cientos de ellas. Acumuladas después de comprarlas los días de besamanos o guardadas cuando un nazareno o un costalero se la daban por la calle. Cogió aquella estampa y la colocó al lado del nacimiento para terminar de adornarlo. Podía haber sido la foto de cualquier imagen. Tenía tantas…. Pero resultó ser una imagen, que en ese mismo momento en el que ella montaba el Belén, esperaba en la Catedral montada en su paso para volver a su casa celebrando el día de la Inmaculada. Será solo una casualidad. Seguro. O será a lo mejor, que la Virgen cuida de los niños más de lo que nosotros mismo imaginamos.
Había una vez un bosque lejano y precioso que estaba, como cada año en esa época, completamente nevado. En aquel país, tan al norte del planeta, Navidad y nieve eran casi sinónimos. Varias familias se habían reunido en una preciosa cabaña de madera para pasar unos días. Los niños habían pasado el día jugando con los trineos, y ya metidos en la casa, habían tomado una sopa caliente y ya con el pijama, se preparaban para irse a la cama ya a descansar. Fuera, seguía nevando levemente, y el silencio de la naturaleza solo era roto de vez en cuando por las lentas pisadas de los renos, que en pequeñas manadas, rondaban cerca de la casa. Los mayores habían cenado también una buena sopa, y un buen trozo de asado hecho a fuego lento en la chimenea. Sacaron algunos licores para tomar algo, mientras con las rústicas sillas de madera hacían un círculo para poder sentarse todos juntos. Todos fueron tomando asiento, sirviéndose la anunciada copa, mientras uno de ellos, con una antiguo jersey de lana azul, repartía unos papeles a todos los allí presentes. De buenas a primeras, de una de las habitaciones, Heikki sacó una enorme tinaja con una tela blanca y un carrizo y se la puso en los pies. Le echó agua por encima y con fuerte y enérgica voz comenzó a entonar: “LOSHHHH KAMINOOOOOOOO SISIEEEEEEEEERRRRRRRRRON, KON AGUA, VEEEENTO E FRIIIIIIIOOOOOOOOOOO…..” Invadidos de Blacks Fridays, Acciones de Gracias, y gordos vestidos de rojo, resulta que exportamos también cosas…y nosotros sin enterarnos.
Érase una vez un pastor que se volvió solitario. Siempre le había gustado estar con gente. Con mucha gente. Pero la vida, que a veces se convierte en un río al que es imposible encauzar la corriente, lo llevó a vivir así. Rodeado de sus animales, compartiendo ratos con otros pastores, con los que pasaba ratos estupendos, pero volviendo a una casa solitaria un día sí y otro también. A veces, durante el día, prefería no pensar siquiera en eso. Solo se acordaba cuando emprendía el camino de vuelta a casa. Cuando volvía de nuevo a acordarse de que echando el pestillo de su puerta no tendría a nadie a quien contarle nada. Cuando se daba cuenta de que había silencios más duros que muchas palabras. Una noche, volvía con su rebaño después de estar todo el día por ahí. Hizo el camino más lento que nunca, como no queriendo llegar nunca a esa soledad que le esperaba. Casi con un nudo en la garganta, decidió pararse una vez más y apoyó su cabeza sobre el viejo muro de un establo, lamentándose de aquella suerte que nunca había buscado. A punto de soltar una lágrima estaba, cuando del interior del establo, le sobrevino el llanto fuerte de un niño que parecía recién nacido. Dio la vuelta, y una joven pareja, acurrucaba a una preciosa criatura que desprendía una luz especial. Temeroso, dio un par de pasos para verles mejor. Aquel hombre y aquella mujer le hicieron un gesto que le invitaba a acercarse. El niño dejó de llorar un instante, y él secó una rápida lágrima que salió de sus ojos quizás nacida de la tristeza, y que aquel niño, había convertido en una lágrima de emoción. Si alguna vez te sientes solo como aquel pastor, da una vuelta despacio, a tu alrededor, buscando el llanto de ese niño que viene estos días a nacer cerca de ti. Pero que viene a nacer para quedarse contigo para siempre. Quizás entonces descubras que estando él, aunque a veces sea duro, a lo mejor no necesitas nadie más que te acompañe. FELIZ NAVIDAD A TODOS