En la vida, cuando el tiempo pasa y algo que no encaja se cambia, llegan los tormentos y rechinares de dientes. Los tambores se ponen en pie de guerra, sonando a gaitas de dimes y diretes que encajan con la sucumbida distancia de lo paisajístico, heredado por el buenismo establecido en cualquier colectivo que se tercie.
Cuando el cambio llega y es para mejor, pero la sublevación arranca de manera sintetizada en pos del ataque irrumpido a través de la sociedad entronizada en unas redes en las que todo vale, denota la inquina y la instrospeccion de aquellos que se creen con el poderío absoluto reseñable en su espectacular talante, propio del nuevo cofraderismo imperante que es de poco mancharse las manos, pero si de hacer izquierdos constantes en las piruetas mostradas por la música que a veces se convierte en un improperio de lo mas mundano ante lo realmente esencial.
Pero ahora lanzamos toda la verdad, que es la aprobada por un Cabildo Extraordinario de Hermanos que es totalmente soberano. Ese que nos hace ser cofrades libres, lejos de la indecisión irrumpida por los sectores callejeros entendidos de todo, que además viene a mangonear la solución clarificada ciñéndose a un espectacular drama en casa ajena.
¿Es entendible todo esto? La solución que se tomó el pasado domingo en San Juan XXIII, ya ha sido la marcada por otros colectivos durante años y si la mejoría es palpable a los ojos de la fe, lo dictará el pueblo declinando a la unción estable de lo acordado.
No es cuestión de gustos, es cuestión de saber lo que se tiene entre manos y sino, podrían preguntar por San Rafael.