Llegó la tarde.
Esa en la que Jerez saca sus galones para dictar que la fuerza suprime a los horrores del martirio.
Es la tarde donde el barrio huele a barrio por las Viñas, donde Cristo es exaltado ante la mirada de su Madre, Concepción Inmaculada.
Mientras, las vueltas negras de solsticio se vuelven moradas para buscar la Soledad ante el Descendimiento del crucificado que por las Playas de San Telmo es estandarte andante de los que no desfallecen al seguirlo, contagiados por el Valle de miradas de su madre. María, se encuentra sola al pie de la Cruz ante el sepulcro siendo Loreto en sus penas y en las nuestras. Que tristeza tan grande debía de sentir la Santísima Virgen que ni el cobijo del discípulo amado podía consolar el llanto compungido de la Piedad, quien no siente la mano de Juan en sus hombros.
Esa mano que dice tanto…