Se sentó en la banca con el alma rota a girones; el corazón encogido; el pañuelo, en su puño chorreaba pena; la melena deshecha, como ella; el cuerpo doblado por el dolor, un cuerpo joven pero envejecido varios lustros en muy poco tiempo y al que cubría una rebeca oscura; unos pantalones grisáceos muy usados y unos zapatos negros que ya empezaban a pedir un poco de betún. De su cara caían lágrimas como los Avemarías de un rosario. No veía más luz en su vida.
Acudió a Ella como hija desconsolada que acude a su madre con la convicción de que le daría la respuesta adecuada. Volvía a su regazo como cada vez que la vida le daba un revés o para agradecerle en esas otras que cada vez eran menos. No veía las respuestas a todas las preguntas que se escribían en la cuartilla de su vida. La capilla a oscuras ayudaba más a la oración, no había nadie más. Podía llorar, rezar, pedir,…sin distracciones.
No rezaba, hablaba con aquella imagen de la Virgen a la que su madre y su abuela se encomendaban día tras día. ¡Ay Virgencita! Decía.
A la vez que todo esto sucedía en la iglesia varios cofrades se afanaban por colocar correctamente la cera del palio, sin casi notar la presencia de aquella mujer.
¿Y quién era ella, en qué capilla rezaba, quién era aquella Virgen?
Quizás la protagonista de este pequeñísimo relato no exista o quizás sí. Pero seguro que cada uno le hemos puesto cara a la Virgen. Los cofrades somos así, solo existe una, la nuestra, y eso es parte de nuestro ADN, aunque no sea lo correcto. Y a la mujer rota de dolor, ¿alguno nos hemos parado a pensar qué le sucedía, quién era?
Pensamos que «mi virgen» deber ser la protagonista de este relato o de una u otra décima del pregonero cada uno a la advocación de su hermandad. Los cofrades perdemos el tiempo en cosas tan banales como qué imagen es la mejor, esa u aquella otra chicotá, si el capataz aquel o el otro, si ésta u otra cumple con los cánones establecido por la «Real Academia del Buen Gusto Cofrade«, la cual está llena de pamplinas de medio pelo al que si les rasca no encuentras nada.
Mi hartazgo por la levedad del cofrade en todo su nombre. Gente preocupada en lo estético, en lo superficial, en lo nimio mientras no nos damos cuenta que lo importante está en cosas como la que os he contado en el relato, acercar Dios y María a la gente. ¡EN CREER! Tenemos unos objetivos que cada vez tenemos menos en cuenta. Somos una parte de la Iglesia tan importante que ni siquiera somos conscientes. Si no fuera por cofradías las sacramentales, muchos menos sabrían un “Tantum Ergo”, o las oraciones preceptivas o simplemente menos ocasiones habría para adorar al Santísimo, eso sí es importante, queridos lectores.
Esto se me ocurrió mientras charlaban unos amigos precisamente de capataces, tema de sublime importancia, capten la ironía, se lo ruego. A la vez otro me decía: “estos temas me aburren”.
Cofrades capaces de todo porque su opinión prevalezca, su puesto sea incorrupto o incluso él y los suyos ostenten puestos relevantes en su hermandad o en el cortejo de esta. Durante su vida van proclamando la inviolabilidad de las normas o la pureza de sangre de su linaje y mientras tanto en un micro, con una pluma o delante de una cámara dan lecciones de lo que debe ser todo esto o de cómo deben hacerse las cosas. A buen seguro sean miembros de «Real Academia del Buen Gusto Cofrade» y por lo tanto pamplinas de medio pelo.
A buen seguro, compartir una oración con aquella mujer, preguntar por sus preocupaciones o por sus desvelos y ayudarla, le habría valido más a tu Virgen que aquel palio. Centrémonos señores, centrémonos.