En economía se utiliza el término «cambios marginales» para describir los pequeños ajustes adicionales en un plan que ya existía. Ahora entenderás porqué digo esto.
Muchos de los enseres que hoy en día descansan en la vitrina de nuestras Casas de Hermandad se pagaron con billetes que olían a albero, fino, tortillas de patatas, pimientos fritos, «chispazos», » titanics», chocos fritos,… En definitiva fueron «curraos» y pagados a base de ferias y más ferias, de hermanos que sacrificaban días e incluso ferias enteras para sacar dinero para sus hermandades. Algunas quedan que lo hacen, sobre todo las más jóvenes.
La calidad artística que la Semana Santa está sufriendo en los últimos decenios, una importante merma cualitativa-¡ojo! y no lo digo yo, lo dice un amigo mío que de esto entiende tela-, no es sino reflejo de una ciudad anquilosada y deteriorada cuya salida de la crisis económico-socio-cultural, ni está ni se le espera. Los riñones de los jerezanos, que no «los riñones al jerez», plato exquisito donde los haya de nuestra tierra, se han doblado por los siglos de los siglos en el ímprobo esfuerzo de ofrecer al mundo uno de los mejores caldos que en este planeta se pueda probar. Vendimiar, podar, labrar, pisar la uva, arrumbar,… todo ello necesitaba de un esfuerzo que a lo largo de los años se ha ido perdiendo gracias a la industrialización. El esfuerzo, parece ser que ha sido otra de las cosas jerezanas que se han perdido con el tiempo.
Ahora para adquirir una pieza, ya sea de cualquiera de las disciplinas artísticas de las que bebe la Semana Santa, utilizamos más el célebre sablazo, -si, en cursiva por que la RAE no lo reconoce, pero un cofrade cuando llega cuaresma, le teme- y hasta donde llegue el dinero llegó, antes que trabajar y luchar por conseguir grandes obras a costa de sudor, esfuerzo y mucho trabajo.
Hace tiempo que leí que una hermandad, iba a realizar importante reformas en su sede. Una de las clausulas que había fijado para todo empresa que se dispusiera a dar un presupuesto era la de contratar a un porcentaje de hermanos, desempleados y por supuesto con un perfil profesional adecuado a las labores a desempeñar en las obras a acometer en la sede. Esta forma de ver la caridad me parece un salto sustancial y un simple cambio marginal de hacer las cosas.
Muchas hermandades han dejado de trabajar una de las principales fuentes de ingresos que históricamente tenían, la caseta de feria. Han arrendado su explotación a catering, restaurantes y ventas, a cambio de una contraprestación económica y/o en especie. Viste más estar allí corbata al cuello y no meterse en líos, y lo que dé, dio. Mientras afilemos el sable que vamos a tener que usarlo, aunque con lo precario de la situación, más que sablazos, serían «puñalaitas». Aunque de esto podríamos hablar en otro momento y si es vestido de chaqué, mejor.
En una ciudad con un nivel de paro tan alto, las hermandades podemos hacer más. Una explotación integral de las casetas por parte de las hermandades, dándole trabajo a aquellos hermanos y no hermanos con necesidades económicas, podría ser un granito de arena a esta lacra que es el nos fustiga, además de una forma de incrementar las arcas y poder afrontar proyectos de envergadura que le den un valor añadido a nuestra Semana Santa y una nueva forma de caridad, porque todo no va a ser a base de talonario o al menos no debería ser así.
Dar mayor resplandor a nuestra Semana Santa, conlleva un incremento de visitantes -esto le gustará a algunos-, que generarán mayores ingresos para la ciudad -esto a otros-, lo que a su vez generaría más puestos de trabajo y reduciría el paro. Dar trabajo es otra forma de caridad.
Como vemos somos generadores de riqueza, pero para ello debemos sudar más y realizar «cambios marginales» en nuestros planes preconcebidos. Invito a que seamos más escrupulosos, ambiciosos, y pensemos engrande; saldremos todos ganando.