Quiero comenzar este nuevo curso cofrade, trasladando a los lectores de éste artículo, un momento paterno filial, de un día cualquiera, en una familia cualquiera; en el cual un padre le dice a su hijo: «hijo escucha», a lo que éste le responde: «¿qué?, no oigo nada», y el padre de nuevo le indica con una frase lapidaria «escucha el silencio».
Hemos tenido un mes de Septiembre cargado de salidas procesionales y nos espera un amplio otoño cofrade, al que cada vez que mencionamos y/o analizamos, hacemos referencia a la calidad y cantidad del cortejo, el mejor o peor hacer de la cuadrilla costalera, el exorno floral, el vestir de las imágenes, o al repertorio musical que acompaña a los sagrados titulares y la calidad de los acordes.
Todo ésto esta bien que lo tengamos presente, pues somos cofrades y es lógico que le hagamos referencia, pero a la hora de valorar el público presente en la procesión, parece que sólo prima la cantidad, pues en éste periplo de procesiones que nos han precedido, precisamente todo lo comentado ha estado bien a grandes rasgos, pero me ha faltado el silencio.
Puede parecer un tópico, pero no es así, bajo mi percepción cada vez es peor la falta del mismo, poder contemplar el transitar de un paso, en la actualidad, parece ser una quimera y aveces se hace incluso insufrible; y que no se confunda nadie pensando que es debido a la juventud de hoy en día, pues para mi la mayoría de los casos son personas adultas, e incluso supuestamente cofrades los que no se callan, y lo que es peor, no observan a los titulares llegando a dar la espalda cuando transitan por su lado.
Vivimos en un mundo en el que el ver pasar a Jesucristo y a María Santísima no guardamos silencio y en la mesa de un bar, no hablamos porque nos evadimos en un teléfono móvil.
Parece que la enseñanza de un padre a su hijo que comentaba al inicio se ha perdido en los baúles del tiempo, como tantas otras cosas, y ya no sólo por el respeto y el saber estar en cada lugar y momento siendo consecuente, que también; sino porque en el caso que nos compete, a la hora de acercarnos a Dios o a María Santísima, el silencio nos ayuda puesto que no sólo se hace oración pidiendo favores o dando gracias, sino también de forma silente; además de que Jesús nos enseñó que Dios nos habla a través del silencio, pero parece ser que eso es harina de otro costal y no relacionado con la salida a la calle de nuestros titulares.