Vuelan los azahares entre los naranjos y los aromas avainillados surcan las calles desde los templos. La cera se funde presurosa en los altares, iluminando la tez de nuestras imágenes que se muestran con más mimo aún si cabe.
Es tiempo de reflexión en la espera de la llegada de una primavera que nos haga recordar que el polvo que se nos impone en la cabeza no es el final verdadero, la verdadera vida se hace patente al final de camino, en la mañana del Domingo de Resurrección.