Santiago
En Santiago todo concluyó. En este universo nuestro que nos ha tocado vivir todo comienza y acaba; no obstante, en Santiago nadie quiso que nada comenzara.
Zozobra
Tras una larga travesía fruto de un naufragio sin rumbo ni destino, sin esperanza ni estrella que lo guiara, se llegó milagrosamente al puerto de Santiago. Porque Santiago se parecía más a la isla de San Borondón (isla imaginaria que aparece y desaparece en el horizonte de las Canarias) que a una Iglesia de Jerez de la Frontera.
El milagro hizo que Santiago apareciera finalmente en el horizonte; incluso, se pudieron asignar unos puntos cardinales. Brújula sin norte para un barrio que estaba huérfano de «Santiago».
Existía el barrio de Santiago, la plaza de Santiago, el angostillo de Santiago y de la Buena Muerte; incluso el «Rincón de Santiago» taberna desde la que se podía ver (café en mano) ese hueco que el Santiago que vertebraba un barrio había dejado una tan solo una ruina cuyo futuro era más que incierto.
Desconcierto
Los había pesimistas al respecto; santiaguistas cuya esperanza se perdía en el eco de su nombre.
Ni las peñas flamencas del barrio sabían si Santiago tendría corazón, ¿será esto tan solo el vago recuerdo de un barrio?
Y solo entonces se obró la gesta. «Todos somos Santiago»: y Santiago resurgió en el barrio.
La gesta
Sin perder un minuto tan solo en los devaneos políticos, ni en las otras
políticas de la razón teológica, nos centramos en su gente. En la gente de «Santiago» que no dejó que se borrara el símbolo del callejero del barrio por olvido de esos que dicen tenerlo presente (tan solo cuando es necesario).
La Buena Muerte, Santiago, El Prendimiento y el Santísimo (y la Sacramental)
Todo ha vuelto a su ser. Todo está donde debe.
Y todo concluyó el pasado sábado entre compases y seguirillas.
Los vecinos de Santiago suspiraban mientras María Santísima del Desamparo volvía a casa después de una interminable espera.
Si se hubiese tenido que suspirar por cada día de exilio, si hubiese sido necesario haber lamentado cada piedra.
El regreso del Prendimiento
El sábado tuvo que volverse; pero no por esos palos de cante jondo impregnados de tristezas por soleares. Se hizo por alegrías y seguirillas, mediante clamorosos fervorines ya fuesen con altavoz y micro en mano, o con el improvisado cante de aquel anónimo que no pudo contener la dicha.
Sea como fuere, Santiago volvió a ser Santiago.