Suena el despertador, como cada día, aunque no es un día cualquiera para él, toma su rutina de siempre. Se prepara para ir a trabajar como lo hace cada jornada. Su traje bien planchado lo espera colgado en su armario, junto a él una camisa y una corbata, que hoy tendrá un color significativo y especial, y es que en otros momentos de su vida este día sería uno de los señalados en rojo en su calendario. Se coloca su ‘’uniforme de trabajo’’ y busca en un rincón de su casa esa foto donde se encuentra Ella. La mira y surge en él una mezcla de nostalgia y alegría, donde incluso alguna lágrima suele hacer acto de presencia acariciando su rostro.
Le manda un mensaje dándole los buenos días, deseándole lo mejor para un día como el de hoy. Sabe que hoy para ella, a sus sesentaitantos años de edad, es un día de los más felices y duros a la vez.
En otro cualquier hogar también otra persona se levanta muy temprano. Ha llegado el gran día. Ese día que en su casa es el día que más intensamente se espera durante todo el año. Como cada mañana sus manos, ya con arrugas, se dispone a preparar un café, que servirá para ponerse en marcha, como cada mañana. Ya con el café en su mano, se dirige a un punto en concreto, y entonces la ve. Su túnica de capa blanca y antifaz azul. Se emociona al saber que después de muchos años, le tocará vivir uno de los momento de más duros y gratificantes a la vez.
Una vez sentada, atiende a su teléfono, donde la mayoría de su familia comienza a dar los buenos y nerviosos días por ese grupo de whatsapp, donde ya se nota el alboroto y las ganas de que llegue la tarde. Pero ella busca solo un mensaje. Uno de los más especiales del día de hoy, ese mensaje de una de las personas más especiales que hará que le brote de sus ojos unas lágrimas con una mezcla de sensaciones que no puede describir.
El, llega a su trabajo, le espera un día ajetreado, pero sabe que aunque su cuerpo está ahí, su mente se encuentra a miles de kilómetros.
Ella mientras tanto, se arregla y prepara, el tiempo apremia y la misa de palmas está a punto de empezar. Aunque ella esté ahí, sus oraciones hoy irán a parar a cientos de kilómetros de distancia.
Para él, está siendo un día muy duro, no para de mirar el reloj, deseando que llegue la hora de salir corriendo hacia su casa, tiene que llegar a tiempo para poder conectar el ordenador y ver algo que solo ocurrirá hoy.
Para ella, el día transcurre con una velocidad impropia, se va acercando la hora, y los nervios se apoderan de ella como si fuera la primera vez que vive ese día. Se enfunda el hábito de nazareno y se dispone a hacer algo que sabe que le costará uno de los mayores esfuerzos que nunca haya hecho, pero que será por una persona muy especial.
Él consigue llegar a tiempo a su casa, corriendo, consigue encontrar el ordenador, y conectarse con una ciudad que está a miles de kilómetros de distancia, y al fin lo ve. Las emociones se arremolinan, el llanto y la felicidad lo hinundan. En su cabeza solo una persona.
A ella le toca comenzar su estación de penitencia, justo en el momento antes de salir, se funde en una mirada con Ella, con la Virgen, «Virgencita de la Estrella, dame fuerzas y ayudame’’. En su recuerdo solo una persona.
Es entonces cuando se entrelazan estas historias. Él trentaitantos años, se encuentra lejos de su ciudad natal. Ella, su madre. Los dos hermanos de una cofradía de toda la vida. Él, nazareno de fila, de los de cirio azul. Ella, una de las mayores devotas de la Virgen de la Estrella que la vida me dará la oportunidad de conocer
Él, no podrá vestir este año la túnica. Ella, volverá a hacerlo después de muchísimos años, miedos y fobias. Él acompañará a sus dos madres, que aunque no sea físicamente, todo su espíritu se encuentra en el patio de la Escuela San José, como cuando era un niño, porque aunque miles de kilómetros de tierra los separen, siempre, habrá algo que les una: El amor hacia Su Madre.