Juan Antonio Vidal Dorado.- He tardado en escribirte, porque a veces las cosas no son como uno quiere, sino como Tú quieres que sean, porque a veces escribes derecho con renglones torcidos y hay borrones en el papel con lágrimas que corren la tinta. He tardado en traerte aquí aunque seas mi vida, porque a veces a los seres más queridos no se les dice te quiero hasta que notas la lejanía de su ausencia, aunque nunca te sentí lejos, al revés, cada vez más cerca, y me sobran cofradías porque sé que Tú eres la Verdad eterna. A ti te debo tanto, contigo tantas vivencias que hoy no soy capaz de pegarle el cerrojazo a las puertas de mi corazón y de par en par quedan abiertas. Podría contar mil batallas, mil problemas, mil suspiros, podría hablar de la suerte que he tenido de tenerte entre mis manos, de colocarte la cruz como un judío malvado o de ceñirte tu túnico, al que debajo prendieron tantas fotos, tantas gracias, tantos problemas salvados. Podría hablar del Vía+Crucis, de las horas que le echamos, de los sueños y desvelos, de verte por fin en el paso que San Juan te prestara para tan solemne acto. Podría hablar de los viernes que a la Corona me esperas, que Tú sabes que no falto sin razón y por sistema, haga frío o calor, tenga yo ganas o sin ellas, pero voy hasta tu casa porque sé que Tú me esperas. Podría hablar de Septenarios que quedan en mi memoria con inciensos, cruz alzada y cantando Ángel Hortas. O hablar de tantos que ya contigo velan por mí, que velan por la Hermandad allí al lado de la Virgen del Traspaso, como Carmen, Rafael, Antonio Jiménez Tamayo, o Manolo Navarrete. Podría contar la salida extraordinaria en una tarde de junio con cornetas y tambores cuando visitaste los templos antiguos en los que alguna vez te alojaste o las idas y venidas a Sevilla a visitarte, que en uno de los traslados cuando salió tu furgón las mujeres de Jerez se persignaban a su paso porque sabían que dentro iba su devoción. Podría decir mil cosas que a Tu lado me pasaron, como me temblaba el cuerpo y hasta las manos, cuando tuve la suerte de cubrir tu rostro con un corporal y ponerte el guardapolvo para tu viaje porque te iban a restaurar.
Tantas cosas y ninguna, todo y nada en un segundo, poder seguir yendo a Cristina y saber que tu templo es mío, que estoy en casa porque estás Tú Padre mío. Que en ti veo tantas cosas que no veo yo en ninguno, que en ti esta mi fe ciega desde la cuna hasta el sepulcro, porque morado nací, y así me presentaré al Padre para quedarme en tu casa y escuchar bien las plegarias que a buen seguro Señor harán falta por mi alma. Pero todo ante Ti, siempre, sin fisuras, por más que me duela el alma, por más que me cueste ir y enfrentarme a tus miradas que me dicen tantas cosas que van traspasando el alma. Y así, día a día, sigo perseverando, en aguantar como tu cruz me pesa, y pesa tanto, que a veces en el camino me gustaría dejarlo, pero entonces es Marquillo, que no es un judío malo, el que me jala y me lleva a ti, mi Divino Nazareno, y preso yo de tu amor, como Simón de Cirene, primero te negaré y después con poca cosa, volveré a tomar tu cruz, porque esa es la única Luz que me enseñaste, Jesús.