Con el debido respeto. Saben tan bien como yo que las circunstancias son las que son.
Cada día -casi que con las manos temblando- a eso de las doce y cuarto del mediodía, las teclas de mi ordenador marcan la dirección indirecta que me da a conocer la información y me hable de cosas buenas, lógicas y con certeza. Lo hago a esa hora porque poco antes rezo el Ángelus a la Santísima Virgen como estoy seguro que lo harán muchos de ustedes, alentados por el devenir de las campanas que invitan a ese momento de oración.
Probablemente a día de hoy mi fe sea la mayor de mis fortalezas. El agarrarme a Cristo y su madre la Santísima Virgen, que son los que confortan a muchos que como yo, sienten el opresor formato de la pandemia en su propia familia, temiendo que en un momento dado algún familiar suyo pueda verse salpicados de los contagios ya que no tiene mas remedio que salir a la calle con todas las protecciones oportunas, para seguir prestando servicios a nuestra sociedad.
Esta Cuaresma tan particular, nos está haciendo ver la sencillez de las cosas. Nos está enseñando a formas que probablemente habíamos olvidado. Es lo único bueno que podemos sacar de positivo en esta situación. Es muy probable que este parón nos hiciera falta. Estoy absolutamente convencido.
Lo tengo tan claro que mis Titulares, esos a los que van dirigidas mis oraciones, en los que me refugio cuando miro la cabecera de la cama y los que recorren a buen seguro las muchas del hospital de nuestra ciudad, además de visitar a aquellos que estos trágicos momentos calman el hambre gracias a la caridad que se produce en nuestras hermandades, vienen conmigo.
Es la pura verdad. No se me van de la cabeza porque se que ELLOS verdaderamente están junto a mi, junto a cada uno de nosotros en cada situación. Por eso, no entiendo la capacidad de salir a la calle por una razón que deja de ser imprescindible. No lo entiendo porque no es el momento de alardear, es momento de acompañar. No es momento de salir es momento de unir. Es momento para dar ejemplo e incitar a seguir dando ejemplo. Es momento para quedarnos en casa.
Y es que yo solo me pongo en la piel de aquellos que trabajan en primera línea de batalla como me gusta decir. Me pongo en la piel de esos enfermos que en la soledad de una habitación se pegan tortas con las ganas de seguir viviendo. Pienso en sus familias: lo que sufren, lo que anhelan el poder estar con sus familiares en estos momentos; en aquellos que en estos días pierden a sus familiares, que no pueden tener una despedida digna, que tan solo podrán llorar en solitario. Por eso y prefiero dejar de pensar.
Las circunstancias son las que son y entiendo que nuestra verdadera penitencia es esa, la que nos impone el Señor sin poder paliar la necesidad de contemplarlos en nuestras imágenes benditas, en las manos de nuestras dolorosas, en el resplandor de nuestros crucificados.
Y es que bien es cierto que nunca creímos que pudiéramos vivir esto, hasta que la realidad se ha hecho patente. Por eso y por todo, todos -absolutamente TODOS- debemos de quedarnos en casa.
Yo me quedo en casa, en la soledad que Cristo tuvo orando en Getsemaní pero recordando que dentro de esta soledad, todos estamos unidos por Cristo en su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero claro, lo mismo hay conceptos que no estamos interpretando bien.
Probablemente, servidor el primero.