Redacción.- Tarde cofradiera la del 12 de Octubre. Un clásico que parece repuntar en los últimos años, marcando un festivo día en torno a la advocación de este mes.
La Archicofradía del Rosario, vulgo de los Montañeses y con sede en el Convento de Santo Domingo, volvió a perfumar a nuestra ciudad con cuentas marcadas en hilo fino, como el que podemos contemplar en el manto de tisú y oro con la Batalla de Lepanto en su medallón central.
Pasada las 19 horas de la tarde, las puertas anchas de la nave conocida como del Rosario, se abrían para dar paso a un cortejo escueto aunque con las habituales representaciones de hermandades afines a la corporación dominica.
En la mente de todos sus hermanos, la figura de Manuel Vallejo quien por motivos de enfermedad no pudo presidir la corporación como viene siendo habitual.
Y es que, estamos seguros que la Virgen le ofrece su protección en todo momento, a el y a todos los que se acercaron a contemplar el bello rostro de una talla que denota un caché impresionante.
Cuidadas las formas en torno a todo lo que giraba a la Virgen, desde el exorno floral hasta la música -la magnífica Banda de Música «Maestro Dueñas» del Puerto de Santa María, que desgranó un repertorio impecable y con marchas jerezanas- pasando por el trabajo costalero de los hombres que comandaba Eduardo Biedma, además de detalles curiosos como el portar el lábaro delante de la Virgen -privilegio concedido a las prerrogativas concedidas por los Sumos Pontífices, a las Cofradías del Rosario de la Orden de Predicadores y que permiten a las mismas la utilización del mismo, atendiendo al carácter eucarístico de la Virgen María, como primer sagrario de la Cristiandad- dieron lugar a que podamos contemplar como una corporación resurge a semejanzas de una rosa marchita en un jardín florido.
Por poner un «pero» a la historia: si queremos que todos se acerquen a la Virgen, abramos las puertas de par en par para que, hasta el último momento demos la oportunidad a los fieles de rezar y contemplar a a María. Solo así, se podrá devolver un esplendor a una corporación que desde 1525, reclama ser una de las primeras advocaciones de la ciudad.